En la noche bogotana del 8 de septiembre, por presuntamente violar la cuarentena de la pandemia, miembros de la Policía Nacional de Colombia agredieron y torturaron con una pistola de descargas eléctricas a Javier Ordóñez, que murió horas más tarde en un hospital cercano. Desde el suelo, sometido, Javier Ordóñez exhalaba: “Ya, ya no más”. Era la traducción al español del exhorto de George Floyd, “I can't breathe”. Imágenes, en los dos casos, de una brutalidad escalofriante y que han sido reproducidas millones de veces.
Horas después ciudadanos indignados realizaron manifestaciones de repudio en la capital colombiana y otras ciudades. Manifestaciones pacíficas que terminaron con disturbios, saqueos y destrozos del mobiliario urbano, buses de Transmilenio y Comandos de Atención Inmediata (CAI) de la policía.
En Bogotá, ante la represión (14 muertos, decenas de ciudadanos heridos de bala), sectores de la población reaccionan transformando un centro policial en biblioteca popular.
La respuesta de la policía frente a estas protestas ha sido violenta. Para la noche del sábado 12 ya eran trece (luego se ha añadido otro) los muertos. Todos civiles, ningún policía. Diez en la capital y tres en Cundinamarca, decenas de heridos por bala, más de 150 denuncias por excesos policiales. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos, Amnistía Internacional, la Unión Europea, la propia alcaldesa de Bogotá han condenado la actuación policial.
En Bogotá, en los últimos veinte años, han llegado a crear una verdadera red de bibliotecas públicas, BiblioRed , 23 bibliotecas en el centro de la ciudad, en colonias y barrios populares, en la zona rural de Bogotá. 81 puntos de préstamo de libros en parques. 10 biblioestaciones en Transmilenio (lo que en Ciudad de México es el Metrobús).
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