Uno de los objetivos definitorios de la lingüística histórica es mapear la ascendencia de las lenguas modernas tan atrás como se pueda. ¿Hay un solo ancestro común que constituiría el tronco del árbol metafórico?
“Cuanto más profundo se quiere retroceder en el tiempo, menos se puede confiar en los métodos clásicos de comparación de lenguaje para encontrar correlatos significativos”, dice el coautor George Starostin, profesor externo del Instituto Santa Fe con sede en la Escuela Superior de Economía de Moscú. Explica que uno de los principales desafíos al comparar entre idiomas es distinguir entre palabras que tienen sonidos y significados similares porque podrían descender de un ancestro común, de aquellas que son similares porque sus culturas tomaron prestados términos entre sí en el pasado más reciente.
El enfoque, denominado “reconstrucción onomasiológica”, difiere notablemente de los enfoques tradicionales de la lingüística comparada porque se centra en encontrar qué palabras se usaron para expresar un significado dado en el protolenguaje, en lugar de reconstruir las formas fonéticas de esas palabras y asociarlas con una vaga nube de significados.
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